El lago cristalino

El lago cristalino

Paso a paso, mis zapatillas hacían retumbar el firme piso de piedra con estrepitosa sincronía, magnificada por el eco y la soledad que reinaba en aquella muralla de piedra carmesí; castillo o palacio que se erguía con magnificencia sobre el más basto acantilado dominado por una bruma espesa, liberada misteriosamente por un lago cristalino  que yacía apacible bajo los pies, y alredor, de aquella edificación  sobre la roca.

Me acerque a la orilla,  mis manos tocaron con delicadeza el borde de piedra que separaba mi frágil cuerpo del vacío, resultado increíblemente suave al tacto como la seda, a pesar de su aspecto denotadamente áspero.

Mire hacia el cielo azul que sufría la magnifica metamorfosis rojiza del ocaso, que cuyos colores mágicamente no distorsionaban la brillantes y claridad del inmenso lago bajo su luz. Finalmente mis ojos se posaron en sus aguas calmas y apreciaron con sorpresa, que debajo de la apacible superficie se encontraban cientos de bestias de todos tamaños, forma y colores, sumidos en el más profundo sueño. Permanecían intactos, en posición de calma o carrera, de ataque para los depredadores o paz para los más hermosos; aun así sus siluetas se dibujaban con perfección gracias a la claridad y brillantes del lago.

Me quede  sin palabras con aquella imagen grabada en mis ojos, además de una simple y fatídica idea en mi cabeza: aquel solitario y hermoso castillo en el acantilado era mi prisión y esa bestias sin vida atrapados en el tiempo y en la aguas, eran mis carcelarios, como el lago mismo.